La noche en que los muertos caminan: Halloween, Todos los Santos y el Día de Muertos

Hace muchos, muchos años —antes de que existieran las calabazas iluminadas o los disfraces de superhéroes—, en las tierras verdes y brumosas de Irlanda y el norte de Europa, vivía un pueblo llamado los celtas. Ellos marcaban el paso del tiempo no con meses, sino con estaciones, y su año terminaba el 31 de octubre, con una fiesta llamada Samhain (se pronuncia “sow-in”).

 

¿Y qué pasaba en Samhain?
Los celtas creían que esa noche, la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se volvía tan delgada como una telaraña. Los espíritus podían cruzar… ¡y no todos eran amables! Para protegerse, encendían grandes fogatas en las colinas, se disfrazaban con pieles de animales y máscaras grotescas para confundir a los espíritus malos. También dejaban comida fuera de sus casas como ofrenda, por si algún alma errante tenía hambre.

 

Y el Esqueleto de Jack?: Cuentan que un joven llamado Jack, muy astuto pero también muy tacaño, engañó al diablo dos veces. Cuando murió, ni el cielo ni el infierno lo quisieron. Entonces, el diablo le dio una brasa ardiente para que iluminara su camino eterno… y Jack la puso dentro de una naranja podrida. Así nació la leyenda de Jack-o’-lantern. Con el tiempo, en Irlanda tallaban nabos con caras espeluznantes… hasta que los inmigrantes irlandeses llegaron a Estados Unidos y descubrieron que las calabazas eran mucho más fáciles de tallar. ¡Y así nació la calabaza de Halloween!.

Mucho tiempo despues el personaje se volvió protagonista en la "el Extraño Mundo de Jack"

 

 

Llega la Iglesia: de Samhain a Todos los Santos

Cuando el cristianismo se extendió por Europa, la Iglesia Católica no quiso eliminar del todo las antiguas tradiciones —ya que era mejor transformarlas que combatirlas.

Hace más de mil años, en la antigua Roma, la Iglesia Católica ya honraba a los mártires y santos en distintas fechas, pero era un poco caótico: cada región celebraba a sus propios héroes de la fe en días diferentes. Entonces, en el año 609, el papa Bonifacio IV tuvo una idea brillante: consagró el Panteón de Roma —un templo pagano dedicado a todos los dioses— como iglesia cristiana en honor a la Virgen María y a todos los santos mártires. ¡Imagina la escena!: estatuas de dioses romanos fueron reemplazadas por imágenes de santos, y el lugar que antes albergaba cultos antiguos se convirtió en un espacio, celebrar a quienes dieron su vida por la fe.

Y volviendo a la historia y la popularidad del Samhain en el siglo VIII, el papa Gregorio III decidió mover la fiesta de Todos los Santos del 13 de mayo al 1° de noviembre. ¿Por qué? Para “bautizar” la fiesta pagana de Samhain y darle un sentido cristiano: honrar a los santos y a los fieles difuntos.

 

Así la víspera de Todos los Santos —es decir, el 31 de octubre— pasó a llamarse All Hallows’ Eve (“la víspera de todos los santos”), que con el tiempo se convirtió en Halloween.

 

Y los dulces o trucos? : En Inglaterra y otros países católicos, los pobres iban de casa en casa el 1° de noviembre pidiendo “pan de ánimas” a cambio de rezar por los muertos de la familia. Esta costumbre, llamada souling, es el antepasado lejano del famoso “truco o trato”.

 

 

Y del otro lado del océano… ¡el Día de Muertos en México!

Mientras en Europa se celebraba Halloween con miedo y fogatas, en Mesoamérica —mucho antes de la llegada de los españoles— los pueblos indígenas como los mexicas, mayas y purépechas ya tenían sus propias formas de honrar a los muertos. Para ellos, la muerte no era el fin, sino una parte del ciclo de la vida.

 

Cuando los españoles llegaron en el siglo XVI, trajeron el catolicismo… y con él, la fiesta de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre)  o también llamado de los muertos. Pero en lugar de imponerla, se mezcló con las tradiciones indígenas. Así nació el Día de Muertos, una celebración profundamente mexicana, colorida, alegre… ¡y llena de sabores!

 

Historias mexicanas: Imagina a una abuelita en Oaxaca, preparando mole y pan de muerto mientras coloca una ofrenda con cempasúchil (esa flor naranja que guía a los espíritus), veladoras, fotos de sus seres queridos y hasta su bebida favorita. “No lloramos a los muertos”, dice sonriendo, “¡los invitamos a cenar!”. A diferencia del Halloween, que a menudo enfatiza lo siniestro, el Día de Muertos celebra la presencia amorosa de los que ya no están.

 
 

 

Disfruta pero no te asustes

Así que la próxima vez que tallas una calabaza o colocas una ofrenda, recuerda:
Detrás de cada tradición hay siglos de historia, miedo, fe, amor… y un poco de magia.
Porque al final, tanto en Irlanda como en Michoacán, los muertos no nos asustan… nos acompañan.

 

Y si escuchas risas en la noche del 31 de octubre… quizás no sean niños pidiendo dulces.
O quizás son los espíritus, contentos de saber que aún los recordamos, pasando a saludar.